La construcción de un pasado anhelado.
– Por Mauricio Orozco
@Eralvy
“¿Quién sabe cuánta verdad habrá en estas puestas en escena románticas?
Si su vida diaria era igual que sus películas o si estas eran un recordatorio de cómo debería ser su vida”
Trabajar con la memoria siempre es un proceso azaroso, es un camino de reconstrucción de aquello que no tiene instructivo ni indicaciones, es volver a habitar un páramo cambiante que se desenvuelve ante la oportunidad de alimentarse tanto de la realidad como de la ficción. Voltear a ver la memoria no debe ser un acto científico que tenga objetivos bajo un afán metodológico para reconstruir lo que fue, es más cercano a un proceso creativo en donde por medio de estímulos simbólicos podemos imaginar lo que nos hubiera gustado que fuese.
Somos seres cargados de cúmulos de fantasías sin cumplir, adentrarse a la memoria por medio de los recuerdos que sobreviven ante el tiempo es un acto creativo para encontrar respuestas, para generar conjeturas y para explorar aquello que desconocemos, buscando descifrar ese ensueño atesorados en herramientas de registro que se empolvan, expectantes de ser encontrados por algún curioso. Mirar una fotografía o un video antiguo, es una invitación a develar el secreto oculto tras los bordes de las imágenes y su fabricación, es imaginar y revivir la historia de alguien más, es comprendernos desde la mirada ajena.
Así como la memoria, el cine también tiene la capacidad para permitirnos construir ventanas a otras realidades, es una puerta ante infinitas posibilidades narrativas, dispuestas desde la mirada ajena, que nos permiten reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro en un mismo espacio y lugar. Cuando el cine y la memoria convergen se abren realidades similares a las proporcionadas por un Aleph borgiano. Un pasado vivo e inconexo, construido por imágenes erosionadas por el tiempo, de un mundo que ya no existe, que quizás solo existió en el imaginario de quien le creo, un vestigio indescifrable de una realidad abstracta, escondida en el deseo de lo que nos hubiera gustado recordar.
Teorema de tiempo (2022) es el primer largometraje documental del realizador Andrés Kaiser en donde narra la historia de Anita Schlittler y Arnoldo Kaiser, hijos de inmigrantes suizos, abuelos del realizador y apasionados cineastas amateur.
A partir de un monumental trabajo de revisión, recuperación y digitalización del archivo fotográfico y videográfico de sus abuelos, conformado por más de tres mil piezas, el realizador desarrolla un retrato en donde explora su historia como pareja, como migrantes, como familia, como individuos, pero sobre todo como amantes de la experimentación creativa generada por la curiosidad, la entrega pasional entre sí para crear imágenes sin intenciones claras aparentes, pero con un gran deseo de explorarse como lo que deseaban ser.
Un discurso que se presenta como un mosaico que reacomoda y reinterpreta la búsqueda íntima de Anita y Arnoldo por construir una serie de recuerdos, que a su vez, reflexionan sobre la pérdida de la memoria, o de la lucidez que afectó a Arnoldo en sus últimos años de vida. Es también, un retrato familiar que deambulan entre lo real del recuerdo y la fabricación de una ficción, esa aventura que se abre al romper la barrera que separa a la fantasía de lo real.
Teorema de tiempo se esgrime como un documental que usa la libertad creativa como base para el cuestionamiento e interpretación de la identidad propia y familiar. Una ficción/no ficción que mira a la familia, que revisa y comprende el pasado, un archivo familiar que sigue un recorrido entre cuestionamientos sobre el acto de registrar y el uso de la ficción para decorar una historia llena de secretos y mentiras dolorosas. Una invitación a utilizar la imagen para contar otra historia, una no percibida.
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