Pinocchio:

El duelo como búsqueda de sentido 

 – Por Mauricio Orozco 
@eralvy 

El cine es un espacio que nos permite materializar en imágenes hasta lo que pensamos inexistente, es un médium con la capacidad de extender las capacidades de la imaginación y recurrir a exploraciones libres sobre aquello que nos apasiona así como aquello a lo que tanto le tememos. Si el cine no tiene limitaciones para crear desde cero una realidad, la animación es un páramo emancipado de toda limitación imaginable.

Guillermo del Toro es un cineasta que ha apostado incesantemente por la animación en todas sus formas, variaciones y aplicaciones; es un cineasta que constantemente nos recuerda que esta forma de creación no es un mero género audiovisual y mucho menos que se reduce a un uso que simplifique las narrativas para hacerlas aptas a públicos muy jóvenes. El trabajo de Guillermo del Toro nos recuerda que el cine animado es el medio más noble para empatizar con el relato ajeno, el cual amplia nuestra comprensión más allá del racional, abrazando y celebrando la emotividad.  

Pinocchio es el trabajo más reciente, y quizás el más ambicioso del cineasta tapatío, en donde por medio de la técnica de animación stop motion actualiza y reconstruye el relato del famoso niño de madera usando como base el libro “Las aventuras de Pinocchio” escrito por Carlo Collodi en 1883. En esta ocasión centra su narración en un periodo entreguerras, mirando a una Italia devastada por la violencia del fascismo y los horrores de la dictadura de Mussolini, pero en el fondo es solo el contexto perfecto para hablar de el amor, de la pasión, de la celebración de vida y la esperanza o cuando creemos haberlas perdido. 

En el relato podemos ver una historia llena de contrastes, vemos personajes que buscan encontrar sentido en sus vidas, situaciones en donde el dolor se apodera de la realidad y en donde se va disolviendo la esperanza frente a una constante desvirtuación del concepto de “humanidad”. Crear a un niño de madera se vuelve la metáfora perfecta para hablar del vacío ante la pérdida, la obsesión con el recuerdo y la resistencia a soltar el pasado. La cinta usa la música para establecer temas llenos de cuestionamientos existencialistas, que nos dejan entrever en los rincones del dolor sin romantizaciones ni reduccionismos, con honestidad le habla al espectador y le recuerda la fragilidad con la que dependemos de una limitada vida, y aun cuando esto puede sonar muy obscuro la mirada tierna de su director nos recuerda que siempre existe un equilibrio entre lo negativo y lo positivo dependiendo la perspectiva desde donde se mira.  

La historia resalta la relación padre e hijo, el acompañamiento y el amor incondicional, pero desentendiéndose de la perfección para crear un encadenado de situaciones en donde la muerte, el duelo y las ausencias son la base que fundamenta el deseo de ambos personaje por “convertirse en el niño de verdad”, en Pinocchio como una búsqueda del amor y reconocimiento de su padre y en Gepetto para sustituir el recuerdo de su hijo muerto. 

Es un largometraje que promueve una conexión vital y necesaria entre cada una de sus partes creativas, formales y discursivas. Hace de la música una herramienta para contrastar las emociones, la inventiva detrás de su diseño de producción nos acerca a la realidad y juega con la fantasía volviéndole natural, el meticuloso grado de detalle y milimétrica animación hacen de ella una cinta que nos recuerda las razones de porque el arte siempre ha estado presente en la historia del ser humano. 

Pinocchio es una alegoría que nos invita a sanar heridas ante la ausencia de quienes forman parte de nuestra vida como un recuerdo, y un homenaje que celebra a aquellos que toman una vital importancia en nuestra vida, y que incluso son los motivos que dan sentido a nuestra existencia.

Esta cinta tuvo su estreno nacional en la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.

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